Otra vez he vuelto a caer. Mira que cada vez me digo que es la última, que no vuelvo a pasar por lo mismo, que se acabó. Y al final caigo. Lo mio no es una piedra cualquiera, ni siquiera una roca, es una cordillera de montañas enormes en la que tropiezo una y otra vez.
Domingo por la mañana. Programa interesante de cuentos musicados en un museo de mi ciudad. Hay que llegar con casi una hora de antelación porque como es gratis, si no no hay forma de entrar. No hay problema porque se puede visitar la colección y se pasa un rato agradable.
Y ahí empezamos: niños corriendo por doquier porque, una mamá dixit, "sí, aquí se puede correr"; otros apoyándose en las obras, o tocando a su antojo porque los acompañantes están muy ocupados saludándose unos a otros.
Empieza la función y la cuentista, profesional, informa de manera lúdica de cómo tenemos que estar durante esta siguiente hora y lo que se espera y no del público. Es lo mismo, al rato los niños están hablando en alto, los padres también, levantándose, jugando con juguetes que trajeron de casa ¿?. Hay bebés de meses que para qué narices los traen si no es para que lloren y molesten. ¿es que no leen el programa y no ven a partir de qué edad pueden venir? ¿No es mejor que esperen a que crezcan que oportunidades no les van a faltar? Noooo. No sólo los traen, los dan de comer (hoy me pasé el concierto oliendo a puré), los hacen toda suerte de arrumacos para que todos vean lo buenos progenitores que son. Otros leían el periódico tan tranquilos. Los de más allá comentaban en grupo los que le venía en gana y yo y los cuatro pringaos como yo (si es que éramos tantos) cagándonos en su puñetera madre.
Eso fue hoy. Puede ser otro día en el teatro o en un cuentacuentos o en cualquier actividad infantil. Los niños hablan continuamente en voz alta, como si estuvieran en el salón de su casa, y los adultos, lejos de enseñarles que no se puede hablar alto, les contestan también de viva voz y les van explicando absolutamente todo lo que ven, así los de alrededor comprueban qué bien responden y educan y de paso les dejan cero oportunidades a los peques de desarrollar su capacidad de deducción, imaginación, sorpresa, etc.
Hay que vivirlo para sentir una impotencia terrible, para comprobar lo lejos que estamos unos de otros aún estando tan cerca sentados.
No hay educación; no sensatez. Es un despropósito.
Y sufro y me digo que no vuelvo, que se acabó. Pero miro a mi hijo, absorto, ajeno a estas reflexiones mías y me digo: bueno, va, sea por él, volveré. Porque, afortunadamente, él aún no sabe siquiera que existe la palabra lucidez y que, probablemente, cuando la conozca, le dolerá igual que a su madre.