La verdad es que nunca quise un marido tal y como se entiende en nuestra sociedad y cultura, ahora lo entiendo.
Yo misma me asombré de la rotundidad con que pronuncié estas palabras mientras echaba un vistazo rápido pero exhaustivo a todo mi alrededor. Una mesa inmensa con un teléfono, un portátil fashion que te pasas, su sillón y dos butacas a juego y plantas, muchas y bonitas plantas. Es asombroso lo deprisa que va mi mente en algunas ocasiones. Me recuerda a esos artilugios que salen en las pelis que de una pasada escanean un lugar y en segundos envían datos a un ordenador, acompañado de un ruidito electrónico, de todo lo que está a su alcance en un área que puede ser una habitación, un bosque, o el sistema de refrigeración de un edificio.
Yo misma me asombré de la rotundidad con que pronuncié estas palabras mientras echaba un vistazo rápido pero exhaustivo a todo mi alrededor. Una mesa inmensa con un teléfono, un portátil fashion que te pasas, su sillón y dos butacas a juego y plantas, muchas y bonitas plantas. Es asombroso lo deprisa que va mi mente en algunas ocasiones. Me recuerda a esos artilugios que salen en las pelis que de una pasada escanean un lugar y en segundos envían datos a un ordenador, acompañado de un ruidito electrónico, de todo lo que está a su alcance en un área que puede ser una habitación, un bosque, o el sistema de refrigeración de un edificio.
Ella, serena, me miraba y anotaba de vez en cuando algo en su Mac. Yo hablaba y hablaba, dejando pausas premeditadas para ver si me preguntaba o decía algo. Nada.
Entonces seguía contando lo que se me venía a la cabeza. Explicaba, hacía conexiones, justificaba, comprendía o censuraba. Nada.
Sólo cuando supimos que no tenía más que decir y que el silencio fue más largo que los anteriores, me miró y me dijo: "bueno, sé que tiene la agenda muy ocupada pero lo único que puedo decirle es ¿cuando tiene un hueco para que me psicoanalice usted a mi?".
Sonreímos un tanto forzadas y nos despedimos sabiendo que era poco probable que nos volviésemos a ver.
Salí a la calle medio cabreada, medio ofuscada. Lo único que me alivió fue el pensar en el tiempo y la pasta gansa que me iba a ahorrar.
Entonces seguía contando lo que se me venía a la cabeza. Explicaba, hacía conexiones, justificaba, comprendía o censuraba. Nada.
Sólo cuando supimos que no tenía más que decir y que el silencio fue más largo que los anteriores, me miró y me dijo: "bueno, sé que tiene la agenda muy ocupada pero lo único que puedo decirle es ¿cuando tiene un hueco para que me psicoanalice usted a mi?".
Sonreímos un tanto forzadas y nos despedimos sabiendo que era poco probable que nos volviésemos a ver.
Salí a la calle medio cabreada, medio ofuscada. Lo único que me alivió fue el pensar en el tiempo y la pasta gansa que me iba a ahorrar.