miércoles, 25 de agosto de 2010

Poesía

Broadway

El amor es un juego apasionante
y el mejor sustituto del amor.
De aquel amor inmenso, el amor único,
que uno halla varias veces por el tiempo.

El recíproco amor es lo más bello.
Lo sabemos los dos. Pero es muy grande
el vacío que se abre entre el amor
que se ha ido y el amor que aún no ha llegado.

¿Por qué llenarlo, pues, con la tristeza
si es posible colmarlo de sonrisas?

Si se ha ocultado el sol pueden los faros
del coche iluminar la carretera.
Mientras llega otro amor buscando el nuestro
juguemos, sólo juego, a enamorarnos.

Juguemos a querernos, sin querernos,
hasta el día en que alguno de los dos
vuelva a sentir amor por cualquier otro.
El amor es hermoso aun como juego.

José Mª Fonollosa, "Ciudad del hombre Nueva York".

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7 comentarios:

Gustavo D´Orazio dijo...

CUANTA VERDAD EN EL POEMA SELECCIONADO. EL AMOR, LOS TIEMPOS TIBIOS, DE VACIO, LA ESPERA DE UN NUEVO ENAMORAMIENTO...SALUDOS CORDIALES.

chose dijo...

Hola Gustavo.

Sí, es exactamente eso (creo) lo que pasa o debería de pasar en el entreacto.

Un abrazo.

javcasta dijo...

Gracias por el link (aunque esta mal http://www.blogger.com/www.javcasta.com/2010/08/24/aullido/ <--> 404 Not found)
:-)

besos

chose dijo...

Javier, ya funciona. Otra cosa que aprendí: comprobar siempre que los links funcionan.

Un beso.

Borde dijo...

No quiero ser el aguafiestas de turno, pero ten cuidado con los entreactos. Siempre suele haber algún daño colateral.

Joder, no sé ni de qué estoy hablando. No me hagas mucho caso.

Gustavo D´Orazio dijo...

Chose...No conozco al escritor chileno, espero descubrirlo en el post. Buen Finde...Saludos.

javcasta dijo...

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.

Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.

Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

Amo la noche, sombrero de todos los días.

La noche, la noche del día, del día al día siguiente.

Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.

Una tarde cogí mi paracaídas y dije: “Entre una estrella y dos golondrinas”. He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.

Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arco iris.

Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo:

“Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?”. Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: “Adiós” con su pañuelo soberbio.

Hacia las dos de aquel día encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.

Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.

Vicente Huidobro – Altazor
O E L V I A J E E N P A R A C A Í D A S
P o e m a e n V I I c a n t o s ( 1 9 1 9 )

Fuente